Comentario
Elvira es el nombre dado por los musulmanes a la antigua ciudad romana de Iliberris. Desde la entrada de los musulmanes en Hispania, Elvira-Iliberris y los enclaves cercanos de Qastilla y Garnata comenzaron, especialmente a partir del siglo XI, cuando se instalaron en ella los ziríes, a constituir una gran ciudad, capital de un virreinato dependiente de Córdoba, hasta la disgregación del califato omeya, en que pasó a ser centro de uno de los reinos de taifas, el de Granada, creado en el año 1013. Mucho más tarde, por allí pasaron también almorávides y almohades y, en 1241, Muhammad I, el fundador de la dinastía nazarí, se asiente en Elvira para organizar su propio reino.
A partir de entonces, el reino de Granada va adquiriendo mayor importancia. La caída de la otrora esplendorosa capital de los omeyas, Córdoba, y el avance general de la reconquista cristiana hacen que Granada y su territorio se conviertan en el último reducto musulmán en la península Ibérica.
La Granada de época nazarita, que así se llama la última dinastía musulmana reinante, ha atraído desde siempre la atención de muchos curiosos, que veían en ella y sus monumentos un lugar paradisíaco, emplazada en un lugar de excepcional belleza -dominando una fértil vega, con las blancas cumbres de Sierra Nevada a su espalda- donde sus pobladores se daban a una vida de ocio, cultivando a un tiempo el lujo, el refinamiento y la erudición. Esta visión, ya presente en textos de contemporáneos, se vio continuada por la labor de viajeros y aventureros románticos, que recreaban en sus obras una Granada embriagadoramente sensual y misteriosa. Si ya el cosmopolita Ibn Batuta decía hace ocho siglos que Granada "no tiene semejante en todo el Universo", mucho más tarde románticos como Víctor Hugo siguieron considerándola "la más hermosa". Y, sin duda, centro y origen de este orientalismo ideal fue la Alhambra, el palacio de los reyes de Granada, una residencia pensada para el disfrute de los sentidos.
El ya mencionado Muhammad I fue uno de los impulsores de la construcción de la Alhambra, cuando decidió levantar su residencia oficial junto a una vieja fortaleza existente desde hacía varios siglos. Monarcas posteriores como Abu I-Hayyay Yusuf I y su hijo y sucesor Muhammad V fueron los responsables de la mayor parte del magnífico conjunto que actualmente se conoce, incluido el Patio de los Leones. El resultado fue excelente y aún hoy pueden apreciarse la exuberancia de sus jardines, la mezcla justa de barroquismo y sencillez de las construcciones, la belleza inconmensurable de un conjunto sabiamente integrado en el entorno.
Además, los arquitectos musulmanes se encargan de hacer de Granada una de las ciudades más importantes de su tiempo. Todavía hoy, Granada reúne uno de los conjuntos de arquitectura islámica más notables de España, con restos de murallas, puertas, mezquitas, casas, palacios, baños, infraestructuras, etc. Muy cerca de la Alhambra se encuentran tres áreas urbanas que ya en época islámica funcionaban de manera autónoma, casi como ciudades en sí mismas. Se trata del Albaicín, la Medina y la Rabad al-Fajjarin, conjuntos de especial significación. Restos todavía visibles de la época califal son el Corral del Carbón -un grupo de viviendas levantadas en torno a un patio común-, los preciosos baños árabes del Bañuelo o el campanario de la iglesia de San José -un antiguo alminar de época zirí, con sillería de gran factura-. Asimismo, quedan muestras de construcciones públicas, como algunas puertas en ángulo.
Granada era una gran ciudad en el siglo XV, rodeada por murallas y con un número indeterminado de puertas. En su interior, siguiendo a Caro Baroja en "Los moriscos del Reino de Granada", vivía una población "abigarrada, heterogénea, desconfiada". Organizada en barrios, muchas de sus calles eran oscuras y muy estrechas, pues las casas se arracimaban y juntaban hasta casi cerrar el paso. Algunas de ellas, además, estaban en práctico abandono "ante la indiferencia de una clase rica avarienta y una plebe angustiada por la carestía de los víveres, lo desmesurado de los impuestos y la estrechez del ámbito familiar", continúa Caro, siguiendo a Ibn al Jatib.
Ciertamente la vida no debió resultar fácil en la Granada nazarita, pues la presión continua del enemigo castellano hacía a su población estar sometida al pago de tributos y a frecuentes incursiones de las tropas castellanas para capturar ganado y otros botines de guerra. Además, convertida en el último reducto musulmán, debieron llegar a ella multitud de gentes musulmanas expulsados de sus tierras por la reconquista, como las que se asentaron en el Albaicín hacia 1227, huyendo de las tomas de Baeza y Úbeda por Fernando III. Algunos autores calculan para este periodo una población cercana a los 50.000 habitantes, una cifra nada desdeñable.